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Aprendiendo a besar

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Ana había tenido varios novios, pero curiosamente aun no había tenido la oportunidad de probar ningún tipo de experiencia a nivel sexual, al contrario que el resto de sus amigas, que ya lo habían catado en mayor o menor medida, bien algún magreo o alguna caricia prohibida. Unas incluso habían hecho sus primeras mamadas y otras habían follado con todas las letras. Sin embargo Ana era la más atrasada en ese mundo y se reían de ella por eso. Su timidez nunca le había permitido avanzar en ese extraño mundo, ni tan siquiera se había dado un morreo con un tío en condiciones. Quería dar el paso, atreverse a algo más, pero no podía, era superior a sus fuerzas.

Una mañana su hermano mayor estaba viendo la tele en el sofá. Ana se sentó a su lado y aprovechó para preguntarle:

- Oye Jaime, ¿cómo se besa con lengua?

- ¿Qué me dices hermanita?

- Quería saber como se morrea, ¿cómo es un beso de verdad?

- Ana, no me digas que nunca has besado a un chico.

- No. Nunca.

Ella estaba algo avergonzada, pero quería saber qué se sentía, como tendría que actuar cuando un chico intentase introducir la lengua en su boca y de una vez por todas no le retirase la cara. Jaime continuó explicándose:

- Es muy fácil Ana, solo es cuestión de probar.

- Ya pero ¿Cómo se empieza? Estoy un poco verde en el asunto.

- Mira nena, lo primero es estar preparada ¿Lo estás?

- Creo que sí.

- Pues si lo estás, lo siguiente son unos pequeños besitos. Así.

Jaime acercándose a su cara le plantó un suave beso, creyendo ella que le iba a explicar en plan teórico, sin embargo, sus labios se posaron sobre los de ella, de una manera tierna y estremecedora a la vez. Al principio pareció contrariada, sin embargo no le importunó tanto.

- ¿Qué te pareció?

- Me gustó. Pero eso ya sé lo que es.

Jaime le tomó por la cintura, le giró frente a él y allí sentados en el sofá comenzaron a besarse. Tiernos y cortos besos al principio y más intensos después. La sensación que le producía a Ana se reflejaba en el brillo de sus ojos. Su joven cuerpo no había experimentado nada así hasta entonces cuando se había dado algún piquito con un amigo, ahora sentía un calor que le recorría todo el cuerpo. Su hermano también se sentía raro, al fin y al cabo era su hermana, pero después de algunas dudas pensó que lo mejor era terminar lo que había empezado. Sonrió a su hermana y le tomó la cabeza por la barbilla.

- ¿Ves hermanita? Ese es el preámbulo. ¿Quieres seguir aprendiendo?

Su pregunta no dejaba lugar a dudas y sin soltarle la barbilla, se la quedó mirando fijamente a los ojos, como queriendo ver en ellos la respuesta.

- Ahora pequeña, abre ligeramente la boca.

Ana obedeció y lo que sintió a partir de ese momento era algo superior a ella, algo que no le permitía pensar, ni tan siquiera valorar, solo dejarse llevar en el momento en que la lengua húmeda de su hermano se posó sobre su labio inferior estremeciendo su frágil e inexperto cuerpo. Instintivamente la lengua de Ana correspondió saliendo al encuentro de la otra y en pocos segundos ambas estaban conectándose dentro de sus bocas. Ninguno de los dos quería ni podía abandonarlo. A pesar de que ambos se respetaban y se querían profundamente y aun sabiendo que aquello no estaba bien, no deseaban perder la oportunidad de saber que se sentía en algo que además de extraño, era especialmente morboso. Pasaron de rozar sus lenguas a morderse literalmente los labios mutuamente con total desenfreno, con una pasión desmedida como si ambos lo necesitaran perentoriamente.

Jaime era un hombre muy experimentado. Aquella, evidentemente, no era la primera mujer con la que se besaba, sin embargo, nunca había captado la sensación que ahora vivía frente a la deliciosa boca de su hermana que era devorada por la suya. Instintivamente, como otras veces en sus besos, su mano se posó sobre el pecho de ella y esta a pesar de abrir sus ojos como platos ante la sorpresa no dijo nada, no hizo nada, lo que le permitió avanzar más, soltando el tirante de su vestido y sobando esa teta directamente.

Él, en cierto modo, se sentía mal por actuar de esa manera, pero algo le empujaba a continuar, a no dejar las cosas a medias. Su lengua pasó de la boca de su hermana a succionar su pecho y juguetear con su duro pezón. Ella, al mismo tiempo, aunque asustada, se entregaba ante esas novedosas sensaciones, extrañas y placenteras. Se encontró de rodillas en el sofá con su vestido enrollado sobre la cintura y siendo magreada por su hermano en todas las partes de su cuerpo. Sentía sus manos recorriendo su cintura, su culo, su espalda desnuda y como se iban abriendo paso entre sus muslos hasta llegar a palpar su tanga. Jaime le ordenó que se pusiera de rodillas en el sofá y obedeció sin rechistar. Ana quedó frente a su hermano con tan solo su tanga blanco. Él solo pudo confirmar lo que sus ojos admiraban.

- Qué linda eres. Como te deseo.

Separó con sus dedos el tanga de la chica asomándose a mirar su pubis. Al mismo tiempo que pasaba su mano por la costura de la pequeña prenda que envolvía el frágil cuerpo de su hermana, su experimentaba lengua rozaba la piel por terrenos hasta ese momento considerados terreno prohibido.

Ana se dejaba hacer, con una entrega total, sabiéndose segura con las manos de su hermano que le hacían girar sobre sí misma y que manoseaban su culo con pericia. Después sintió como la lengua de su improvisado profesor, se posaba en sus glúteos y le lamía como si fuera un gatito. Jaime se detuvo un instante pensando en todas las consecuencias y en lo que podría deparar toda aquella locura.

- Ana, ¿Quieres que continúe?

- Si Jaime, nunca había sentido nada parecido. No pares ahora.

- Pero esto no está bien.

Ana se giró sobre él quitándole de la cabeza cualquier resquicio de duda, besándole una y otra vez, buscando nuevamente con sus labios y su lengua el encuentro de esos dulces estremecimientos que le producían los besos de su hermano y demostrando lo rápido que había aprendido. Le ayudó a quitarse la camiseta sobre su cabeza. Muchas otras veces había visto el torso desnudo de su hermano, pero ahora más que nunca quería sentirlo y se abrazó fuertemente a él. A partir de ese instante fue ella quien tomó la iniciativa agarrando la mano de Jaime para ubicarla entre sus piernas y percibir la nueva sensación de tener una mano sobre su sexo. Posó su boca sobre aquel musculoso cuerpo, explorando con su lengua de igual manera que hiciera él minutos antes: lamiendo, mordiendo y besando mientras unos dedos indagaban en su coño caliente por encima del tanga primero y por dentro después distinguiendo directamente su tacto y apreciando como se humedecían con los fluidos que emanaba su cuerpo.

Ana le soltó el botón del pantalón, bajó la cremallera de sus ajustados jeans, comprobando el bulto enorme que palpitaba expectante bajo su calzoncillo. Miró a los ojos de Jaime esperando su consentimiento, aunque él no sabía que hacer, quería paralizar aquello y al tiempo que ella no se detuviera. No supo pronunciar ni una palabra cuando le sustrajo sus pantalones y su slip por completo quedando desnudo con su polla en completa erección.

Ella recordó las veces que sus amigas le habían explicado lo que se siente ante la visión de un miembro viril, ahora lo tenía delante y lo comprobaba en vivo, comprando que todo lo dicho se quedaba corto, comparado con la sensación de tenerlo ahí, a pocos centímetros. Sin embargo, Ana no se conformaría solo con eso, sino que además de admirarlo, quería sentirlo, tocarlo, acariciarlo y besarlo . Puso sus dedos alrededor de aquella barra enorme y candente. Con lentitud acarició primero con su mano la dureza de la polla y posteriormente con su lengua lamió el glande. Jaime agarró la cabeza de su hermana gritándole:

- No Ana, no.

- Calla, tonto.

Ella sonrió, sabía que aquello que había empezado no podía quedarse así, de modo que siguió con su lengua rodeando la cabeza de aquella verga mientras él la intentaba separar a duras penas en un esfuerzo casi inútil. Después rodeó con sus labios la punta de esa verga y se la introdujo de igual manera que en aquellas películas que había visto tantas veces a escondidas. Succionaba y chupaba el pene de su hermano percibiendo un sabor nuevo y que no le desagradaba absolutamente nada, al contrario, le gustaba demasiado, tanto, que se culpaba de no haberlo probado incluso antes. Sus manos se apoyaban en el torso desnudo de Jaime y le acariciaban queriéndole abarcar por completo. Su hermano querido, aquel que tantas veces le había demostrado su respeto y su cariño, era ahora su maestro y a la vez, casi sin quererlo, su primer amante.

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Jaime veía desaparecer su polla entre los labios de su inexperta hermana, quizás de una manera ciertamente torpe, de forma completamente distinta a la de aquellas otras chicas que le habían hecho mamadas magistrales, pero que sin embargo ahora apreciaba incomparablemente. Su placer estaba rodeado de un halo de misterio, lleno de culpa, morbo, asombro y placer. Eran tan fuertes las impresiones que sentía a causa de los labios y la lengua de su hermanita que sabía que de seguir así, conseguiría hacerle derramar una corrida en un tiempo record. La separó algo bruscamente de él y poniéndola de pie la quitó la única prenda que llevaba: Ese pequeño tanga blanco. Ana estaba desnuda ante sus ojos, algo que había incluso soñado en sus fantasías masturbatorias, esa hermanita que había crecido y se había convertido en una chica preciosa, con un cuerpo endiabladamente bello. Ahora la tenía frente a él, consumadamente entregada y… desnuda. Se agarró a esas firmes y suaves posaderas y con su lengua exploró sus ingles bien depiladas. Posteriormente su pubis y su húmeda rajita que derramaba líquidos deliciosos. Su cuerpo temblaba igual que el de ella. La invitó a tumbarse y a continuar con la labor de explorar con su lengua, sus labios y sus dientes aquel coño virgen tan perfecto.

Para él la mejor de las sensaciones estaba en sentir que las manos de su hermana mesaban sus cabellos en señal de lo bien que le estaba comiendo esa flor prohibida. Teniéndola allí tumba sobre el sofá, con sus ojos cerrados Jaime se sentía dichoso y se embriagaba con la visión de tenerla para él… Estaba tan endiabladamente hermosa que la hubiera plasmado en un cuadro como plenitud de una obra maestra que era su hermana.

Ella no pensaba, no intentaba preguntarse nada, tan solo sentir como una lengua, por primera vez en su vida, se abría paso en los dilatados labios de su sexo juvenil y lo recorrían completamente.

Jaime subió con su lengua por el cuerpo de su hermana lamiendo cada centímetro de su morena piel, percibiendo su sabor y sacando el placer de todos sus poros, captando con su lengua ese rico aroma que desprendía. Sus bocas se volvieron a unir en un apasionado y delicado beso, con unas lenguas alocadas que se mezclaban como una sola. Únicamente, el jadeo de ambos rompía el silencio de aquella habitación.

La propia naturaleza parecía guiarlos a unirse en una prohibida comunión, cuando el tenso miembro de Jaime se ubicó a la entrada de aquella inexplorada gruta, invitándoles a pecar, a romper todas las reglas y entrar, de una vez por todas en el paraíso. Pero él no quería hacerlo, algo se lo impedía. Mientras ella empujaba contra sí, él parecía querer escapar, solo accedió ante la súplica contundente de ella:

- Jaime, por favor, fóllame.

No hizo falta nada más que ver como la cabeza de esa polla se abría paso en los labios de un coño virgen y lentamente se iba colando en su interior. Hubo al principio un pequeño freno que impedía el avance durante unos instantes. De nuevo sus miradas se cruzaron y sus ojos brillaron. Jaime entendiendo la llamada que le ofrecía su hermana a culminar esa obra, apretó su pelvis y enterró de un golpe toda su verga dentro de su vagina ardiente observando como desaparecía en su interior con mínima resistencia, la suficiente para saber que todo estaba hecho y por fin estaba follándola. El pequeño gritito de Ana y su posterior alargado gemido abrían el preámbulo de algo tremendamente deleitable, pues a partir de ahí no hubo frenos, no hubo preguntas ni dudas… tan solo un hombre y una mujer haciendo el amor, disfrutando de modo tierno, dulce y apasionado y en la que ambos sentían el mayor de los placeres, el mayor de los regalos que ambos se regalaban.

Jaime se sentó en el sofá y puso a Ana de espaldas a él apreciando como el sudor bajaba por su columna vertebral y se mezclaba con el suyo sobre su pecho. Ella volvió la cabeza y pronunció las palabras mágicas:

- Te quiero, Jaime.

- Y yo a ti, Ana.

Las embestidas se aceleraron cuando ambos estaban percibiendo el frenesí de un polvo divino y Ana sintió por primera vez un orgasmo con mayúsculas, alejado de aquellos que le habían proporcionado sus dedos y muy diferente a como pudiera haberlo imaginado jamás. Ahora sabía de una vez por todas lo que era el clímax, lo que era el placer más enervado que se hundía dentro de ella con la ayuda de la polla de su hermano. Todo su cuerpo temblaba, sus pechos parecían inflamarse, su boca se secaba, su sexo palpitaba y sus poros emanaban un sudor cálido y envolvente. De nuevo se besaron, de nuevo se lamieron sin dejar de follar como dos animales en celo. Ahora se pertenecían, se convertían en uno solo. Solo un instante el cuerpo de Ana se separaba del de su hermano para unirse en plenitud nuevamente. Ella percibía todo ese placer sin que remitiera en absoluto y deseando que no se apagara jamás, que continuara eternamente como el amor que sentía por su él.

Jaime la hizo girarse para colocarse frente a él. Ahora descubría que era él quien estaba cercano al orgasmo y apretó aun más los músculos de su vagina para regalarle esa misma sensación que ella misma había sentido sin dejar de mirarle a los ojos, casi desafiante y descomunalmente excitada.

El ritmo se detuvo un instante cuando se veía la cercanía del orgasmo. Jaime se puso en pie y sosteniendo el frágil cuerpo de su hermana rodeándole por completo, comenzó a follarla aguantando su peso. Eran solo dos cuerpos los que ahora estaban uniéndose cada vez más intensamente, más profundamente. El peso de la chica se hacía liviano con el enorme placer que le producía verle clavado sobre su miembro. Solo una embestida más, allí de pie, le permitió llegar a lo más profundo de su juvenil sexo. Apretó sus músculos, cerró sus ojos y jadeando con fuerza, derramó en el interior de Ana los espasmos de su corrida, invadiendo su matriz en lágrimas de lava ardiente que eran sus innumerables chorros de semen. Ana apretó sus piernas para sentir ese enorme placer que le proporcionaba la enorme corrida de su hermano. Volvía a percibir en su cuerpo una nueva sensación aun más plena cuando sabía que eso era lo más sagrado, lo más vedado y lo más anhelado. Ahora estaba entregada con total devoción.

Ana le besaba por toda la cara mientras Jaime aun continuaba tembloroso entregándole los últimos espasmos del placer. Le miró a los ojos, sostuvo su cara a pocos centímetros de la suya y le repitió de nuevo:

- Te quiero, te quiero, te quiero… Soy tuya, te pertenezco.

Jaime la abrazó fuertemente confirmando esas palabras y sabiendo que ahora eran dueños de un amor eterno, esclavos infinitos: Hermanos y amantes.